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sábado, 10 de marzo de 2018

LA CONFIGURACIÓN CON CRISTO REVELADO EN LAS ESCRITURAS.
 La Configuración con Jesucristo es el ideal de la vida cristiana.
Parte de esa configuración es la imitación moral de su vida. El mismo santo fue un seguidor hasta literal de la vida de Jesús.
            No podremos llegar a Dios sino es a través de Jesucristo, imitando su vida, siguiendo sus enseñanzas , recibiendo su Espíritu.
            De ahí la importancia que Juan de Ávila da a la contemplación de su vida, algo de ello hemos visto al hablar en temas anteriores de la oración, a este respecto varios textos transcritos en otro lugar podrían añadirse a los que ahora se citan y que comprenden estos dos apartados.
 La santidad que no pasa por Jesucristo, no es ni la tengo por verdadera santidad.  
” Oración y lección” aconseja a menudo Juuan de Ávila a discípulos y personas por él espiritualmente dirigidas y la mejor lectura la de la Sagrada Escritura, ” hasta saber recitarla de coro.” ” Pues según el dicho  de san Ignacio de Loyola, si se perdiera la Sagrada Escritura la encontraríamos toda ella en el Maestro Juan de Ávila”.
 Es éste un consejo propio de la espiritualidad en la que se mueve el Maestro Ávila, ajeno, hasta no hace mucho, al uso de la Iglesia, en la que los fieles recibirían mediatizado el alimento de la Palabra de Dios.
“Aquél entiende las Escrituras, que en ellas entiende a Cristo,                                                         LA SANTIDAD CRISTIANA

El camino de la perfección pasa por la cruz.                                                       No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual                                     “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman... a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó”.    ‘Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’. Todos son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’:

Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos.

El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo.             Esta unión se llama ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -‘los santos misterios’- y, en El, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con El, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos.

“El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual . El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:

El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce .

Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús . Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la ‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo 
                                                                                                                                                                     Uno de los principales retos de la teología actual consiste en mostrar cómo la Palabra de Dios puede contenerse en las palabras humanas y, más en concreto, cómo es posible reconocerla en esas palabras humanas puestas por escrito que son las Sagradas Escrituras.
El segundo reto, conectado íntimamente al primero, tiene que ver con la Iglesia. Ella «nace» y «renace» cuando la Escritura inspirada es leída en medio de la comunidad creyente. Quienes acogen esta Palabra son conducidos por el Espíritu Santo, a través de la oración personal y litúrgica, a vivir una espiritualidad de la acogida y la hospitalidad.
El tercer reto cierra el círculo de la reflexión teológica. Los recursos insospechados que suscita la auténtica escucha de la Palabra en la Iglesia desarrollan un peculiar estilo de vida que urge a afrontar, con la sociedad humana, el futuro radicalmente abierto e incierto del mundo.

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